domingo, 30 de agosto de 2015

Diego Urdiales, el relato de una tarde en Bilbao.

El matador de Toros riojano, Diego Urdiales se convirtió ayer en el quinto matador de toros en salir a hombros del coso de Vista Alegre de Bilbao en el Siglo XXI. Nadie lo lograba desde Julián López “El Juli” en 2013.

Esta tarde memorable del diestro Diego Urdiales, quedará no solo en la memoria de los aficionados que se dieron cita en el coso bilbaíno, sino en todos aquellos que tuvieron la fortuna de verlo en directo por las cámaras del Plus.
Pero además infinidad de testimonios gráficos y escritos dejaron constancia de ello.


Estos son algunos de los que ayer relataban el triunfo de Diego Urdiales un 29 de agosto ante un gran toro de Alcurrucen de nombre “Favorito” de pelo castaño, herrado con el número 218 y de 544 kilos de peso.



EL MUNDO
La faena de Urdiales desprendía lecturas añejas en cada muletazo, en cada derechazo dibujado con la cintura y sentido en el pecho. Porque en ellos nace y muere el compás. Diego se hundía y acariciaba a 'Favorito' con los flecos, y palpitaba el clasicismo imperecedero con un gusto descomunal. Todo cobraba sentido, la pureza líquida, los espejos en los que bebió el toreo, la izquierda cimbreada que parió la lentitud, la parsimonia y un cambio de mano de zurda a diestra grabado a fuego en las retinas. De cadera a cadera el toreo, como dice Curro. Un reloj de arena interminable en su muñeca. Los redondos que caían con cadencia de hoja de otoño, el otoño que ya viene. Se cortaba el aire cuando Diego Urdiales se acercaba a la barrera a por la espada, y cuando volvía con ella, y cuando esculpió trincherillas de soberbia torería. La plaza rugía. Siguió rugiendo callada con Diego Urdiales perfilado. El pulso se paraba. ¡La estocada fue! La estocada, ¡qué estocada! Matías asomó ante el griterío los dos pañuelos a la vez.



LA RIOJA
Pálidas se quedaron la primera faena y el primer triunfo en comparación con lo que vino después. Un toro Favorito, castaño, 540 kilos, gordito, corto de manos, de Alcurrucén. Recogido de cuerna, tocadito más que engatillado, muy astifino. La cabeza de los viejos toros de Núñez de los años 60. "Estrecho de sienes", dicen los toreros de ahora. El toro de los 60 y el toreo de esa época también, tomado de las fuentes clásicas. El aire y la manera fundidos de dos grandes maestros, Curro Romero y El Viti, que el pasado invierno proclamaron su preferencia particular por las maneras, los aires y el concepto de Diego y lo dejaron señalado: así se toreaba en su época y así se puede y debe torear.

     ¿Cómo? Sedosamente, tomando la muleta como si no pesara, dando apariencia de liviano al muletazo profundo, revistiéndolo de naturalidad, posado Diego en las zapatillas, ni un pisotón, ni un tirón. La sencillez, que en el toreo es cosa compleja. Solo en una primera tanda de tienta estuvo brusco el toro, que mugió y casi bramó al tomar engaños. De tablas al tercio en solo cinco embestidas, y enseguida empezó un concierto que fue exquisito. Una tanda en redondo de cinco y el cambiado; otra de seis y su remate tras un previo cambio de mano. Bellísimo.

ABC
Urdiales era ya torero de culto de buenos catadores; esta tarde, lo confirma plenamente. El primero, un serio castaño, sale suelto, llega a la muleta encastado, reservón. Diego corre la mano con clasicismo, aguanta algún gañafón: no es faena completa pero conecta mucho con el público. La gran estocada ya merece la oreja. El cuarto, «Favorito», castaño, de 544 kilos, embiste con gran nobleza, con ese «tranco de más» (Pablo Lozano dixit) que los buenos toros del encaste Núñez tienen. Urdiales vuelve a lucir su estilo en muletazos pausados, armoniosos, al son de la preciosa «España cañí» (ese título que, ahora, algunos ignorantes menosprecian). Cuando el toro se apaga, los pases, muy lentos, muy reposados, levantan un clamor: un ejemplo de toreo de verdad, puro y clásico, sin trampa ni cartón. El remate, pleno de torería, y la gran estocada exigen las dos orejas.

EL CONFIDENCIAL
Pero lo realmente contundente llegó con el cuarto, un toro castaño de poca entrega inicial al que Urdiales fue encelando con el cebo suave de los vuelos de su muleta, apoyándose en una sabia arquitectura técnica que envolvió con un lienzo de añejo sabor.

Con el compás pausado de ambas muñeca, recreándose con la cintura y el pecho en la deletreada trayectoria completa de cada pase, con el poso y el reposo de los artistas más profundos, Urdiales llevó al público de Bilbao a paladear la más clásica pureza del toreo, que el menudo y gran artista riojano aún compendió en tres ayudados por bajo antológicos de remate.

Otra gran estocada, que, para que no hubiera dudas, entró por todo el hoyo de las agujas y de la que el toro salió rodado para las mulillas hizo que, esta vez sí, el presidente sacara a un tiempo los dos pañuelos blancos que le abrieron a Urdiales las hojas de la inexpugnable puerta grande de la plaza de Bilbao.

MARCA
Pero lo grandioso se hizo esperar hasta el cuarto toro, un ejemplar con clase aunque había necesidad de entender y den no maltratar. Urdiales fue trenzando los derechazos soberbios, de inmensa pureza, siempre cruzado y cargando la suerte. Así llegarían luego los naturales inmensos de reposo, de temple, de manso. Entre tanda y tanda las trincheras torerísimas y los molinetes de cartel y para el final una enorme estocada.En el palco asomaron directamente los dos pañuelos. No había duda. Aquí nadie discutía. Y el torero lloraba sentado en el estribo porque todo aquello era el premio a un esfuerzo titánico de muchos años y entre enormes injusticias. Y esas dos orejas eran, por supuesto,el premio a un monumento del toreo. Lo construyo un riojano, DIEGO URDIALES, si con mayúscula. Le esperaba al final la puerta grande, pero muy grande-



Leer más: Urdiales hace un monumento al toreo y recita una lección de tauromaquia - MARCA.com

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