Me ha dolido tu muerte, amigo,
compañero. Ha sido un golpe duro, inesperado, que me ha abierto la puerta de
los muchos recuerdos que me han unido a ti. Porque, también he de decirlo,
contigo ha desaparecido una parte de mi propia historia.
Una historia que comienza en aquellas
novilladas sin caballos que te anunciaban en Huelva con Joselito Moreno y El
Choquero, cuando yo era todavía un chiquillo que ya soñaba con el traje de
luces; el mismo que tú llevabas en aquellas salidas a hombros que te paseaban
por toda la ciudad hasta llegar, horas más tarde, hasta tu casa del Matadero.
Una historia que termina en
Sevilla, cuando nos veíamos en el patio de cuadrillas de La Maestranza las
mañanas de corrida, antes del sorteo o en tu asistencia a algún acto en los que
yo participara. Una historia que conecta nuestra Huelva con la Ciudad del Betis
y Zaragoza, donde también pasamos muchos ratos juntos, donde conocí a tu mujer
y a tus hijos y donde me abriste tu casa y el corazón de todos los tuyos como
si fuera uno más de la familia.
Me acuerdo como si fuera hoy de
tu esforzada e indomeñable lucha por ser torero. Aquella vez que, durante un
tentadero, le dijiste al empresario onubense que iba a tener que sembrar lechugas
para poderte pagar los billetes verdes que ibas a cobrar.
Recuerdo también aquella
terrible cornada que te pegó en Huelva un novillo de Clemente Tassara; el
peligro de que se te gangrenase la pierna y de cómo tu gran amigo Antonio
Borrero "Chamaco" te pinchaba sin que te dieras cuenta en la planta del pie a ver
si sentías el dolor y reaccionabas.
Y de la manera tajante y
valiente con que te opusiste a que don Carlos Núñez –el cirujano que te salvó
la vida– te cortara la pierna como era su intención.
Me acuerdo bien de tus consejos
cuando comencé a torear, de las caminatas que nos pegábamos juntos, con
nuestros bastones de hierro, para hacer piernas y muñecas, de nuestros
entrenamientos en la plaza de toros. En esa parte de nuestra relación, fue sobre
todo al torero a quien yo conocí; pero con el paso del tiempo, pude también
conocer al hombre, a la gran persona que encerraba tu cuerpo y –lo digo para
orgullo de tu memoria y de todos los tuyos– al hombre más honrado y cabal que
he conocido nunca. Bien puede atestiguarlo el propietario de aquel Bazar Tánger
en el que te ganabas la vida como encargado. Fuiste leal y desprendido, amigo de tus amigos y un
ser sencillo y bueno que consiguió como persona lo que los gajes del oficio no
Te permitieron conseguir con el toro.
Vaya desde aquí mi más sentido
pésame a toda tu familia y ese abrazo postrero que me hubiese gustado darte de
haberte podido ver de nuevo.
Descansa en paz y viva tu
memoria.
Santi Ortiz, Sanlúcar de Barrameda, 7 de diciembre de 2016
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