Esa verdad por delante, esa
absoluta sinceridad mostrada tanto por Curro Díaz como por José Garrido,
fueron, a la postre, las que dieron verdadero sentido a un mano a mano, que,
sobre el papel, estaba cogido con papel de fumar. Como los cuatro carteles de
la feria. Una chapuza de la empresa que ahora se despide, que también fracasó
en lo que a nivel ganadero se refiere.
Porque si no sirvió la
novillada de Joselito del jueves, ni la corrida de Fuente Ymbro de la víspera,
la de hoy fue para echarse a llorar por la falta de casta, y, algo aún peor,
por las notables complicaciones y hasta peligro que desarrollaron, sin
excepción, los seis marrajos de Lorenzo Fraile.
Pero ahí estuvieron dos
"tíos" decididos a jugarse el bigote de verdad, a imponerse a tantas
dificultades, aumentadas, si cabe, por un molesto viento y por la ingratitud de
unos tendidos fríos e impasibles, sobre todo con Garrido, al que apenas
tuvieron en cuenta después de tres faenas de firmes planteamientos, y que le
costaría, además, llevarse el recuerdo de una cicatriz más en el cuerpo.
También Curro Díaz estuvo a
punto de pagar con sangre tanto esfuerzo. Fue en el tercero, segundo de su
lote, un manso que no pasaba prácticamente del embroque y que acabó
orientándose también. El de Linares, que se entregó por completo en un sincero
y emocionante toma y daca, salió por los aires hasta en dos ocasiones.
Sacó la raza después Díaz para
lograr dos tandas por el derecho de muchísimo mérito, y tiró finalmente de
plasticidad y aroma para firmar un fin de obra sublime. Tenía la oreja cortada,
pero la espada hizo que todo quedara en una gran ovación.
También rayó a buen nivel el
jienense con el "parte plaza", toro incierto, sin clase ni recorrido,
con el que anduvo más que suficiente; y también con el rajado quinto, al que
fue imposible ligarle dos muletazos seguidos, pero al que robó cinco
"pinturas" por el derecho, auténticos carteles de toros.
Y Garrido, digan lo que digan
los ingratos de siempre, estuvo también sensacional toda la tarde, muy por
encima de la condición de sus tres enemigos, a los que plantó cara a carta
cabal.
Su primero fue un autobús de
dos pisos que, como no podía ser de otra manera, le costó un mundo desplazarse.
Garrido anduvo muy inteligente con él, esperándole con la muleta retrasada para
aprovechar el escaso gas del animal y robarle así lo poquito que tenía dentro.
Pero la gente no quiso o no supo enterarse.
Y tampoco es que le tomaran muy
en cuenta con el marrajo que hizo cuarto, con el que "tragó" tela en
un trasteo valiente de verdad por lo mucho que acabó desarrollando el del
Puerto, que lo llegó a voltear por dos veces en la suerte suprema, mandándole
directo a la enfermería.
Pero salió el hombre a matar al
sexto, con el que volvió a estar por encima de las circunstancias antes de
pasar las de Caín con la espada.
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