Se fue la lluvia y volvió el público a llenar los tendidos en la primera cita de verdadero fuste de la feria, que esta vez respondió a la expectación gracias a la generosa entrega del veterano Alejandro Talavante y del debutante peruano Roca Rey, que vio como se le abría el umbral de la ansiada Puerta Grande madrileña el mismo día en que confirmaba su alternativa.
Ese despliegue de firmeza y de auténtica torería llegó justo en los dos últimos turnos, al final de una tarde que transcurría anodina y monótona, no tanto por la medida raza de los manejables toros como por la poca fibra que pusieron en la lidia sus matadores.
El mismo Roca Rey pasó sin gloria con el ejemplar de la ceremonia de su presentación como matador en Madrid, porque abundó más de la cuenta en unos alardes efectistas que no encajan en esta plaza sin el sustento previo del toreo fundamental.
Pero fue con el sexto, uno de los dos remiendos del conde de Mayalde que sustituyeron a los titulares rechazados en los corrales, ante el que el novel peruano sacó lo mejor de sí mismo y empleó su tan cantado valor para aplomarse en la arena y someter las descompuestas embestidas de su enemigo, que amenazó varias veces con echárselo a los lomos
Pero Roca Rey no sólo aguantó cada colada y cada cabezazo, sino que incluso le sacó buenos pases por bajo y, esta vez sí, se adornó con sentido con variedad en los remates y a toro ya sometido.
Y, como se volcó en la estocada, tirándose prácticamente a los pitones para asegurar el triunfo, en sus manos acabaron las dos orejas que, como sucedió en su presentación de novillero el pasado año, le abrieron la puerta hacia la calle de Alcalá.
Antes que él, Alejandro Talavante había hecho otro despliegue de sereno y macizo valor para imponerse a un voluminoso y violento toro jabonero de Núñez del Cuvillo, que no paró de soltar aparatosos tornillazos a los engaños.
El torero extremeño, que no había terminado de cogerle el pulso al flojo tercero, se empeñó esta vez en conseguir lo que parecía impensable: que el toraco no sólo no enganchara su muleta sino que además la siguiera por abajo.
Y así, con paciencia y entrega, a base de aguantar coladas y frenazos, acabó consiguiéndolo en dos series de oro al natural, que fueron las que basaron el premio de la oreja tras un espadazo fulminante.
En cambio, Sebastián Castella, que se encontró con los dos toros más potables de la corrida, pues ambos tuvieron nobleza y hasta apuntaron calidad si se les llevaba embarcados con mayor sutileza, se alargó en dos trasteos insípidos e impreciosos, sin fibra, sin alma y, por supuesto, sin eco en el tendido. Le quedan otros tres paseíllos en la feria.
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