POR SANTI
ORTIZ.
Digo
sardina y te pido perdón, pues me imagino que no entrará en tu dieta el comer
animales sean peces, mamíferos o aves; digamos pues que te lo arrimas al ascua
donde pones la panocha de maíz que roes con complacido gesto de vegano.
Dices
que la fiesta de los toros es heredera de un pasado infame, cuando lo
verdaderamente infame es este presente de recortes, desahucios, rescates a la
banca, desigualdad social, cifras intolerables de paro y de miseria, que, al
parecer, no merecen tanto vuestro tiempo y energía volcados como estáis en
vuestra cruzada animalista; un tiempo como éste, que permite que cualquiera –tú
mismo– se ponga a hacer revisionismo de la Historia y desdiga lo documentado
sin aportar la mínima prueba para ello.
En
este tiempo infame, que da licencia a cualquier maestro liendre –ese que de
todo sabe y nada entiende– para aportar sus basuras en tertulias televisivas,
programas de radio o incluso –depende de su grado de servilismo– en la prensa
escrita, te aprovechas de ello y de tu cargo de Comisario de la Exposición
“Otras tauromaquias” para convertir a don Francisco de Goya y Lucientes –nada
menos que a Goya, del que los historiadores se han ocupado del derecho y del
revés–, a ese Goya al que llamaban “don Paco el de los toros” por su
insobornable afición al toreo, en un prosélito de la causa antitaurina.
Te
atreves a mezclar su “Tauromaquia” con otras creaciones –por cierto, inferiores
en todo a la suya– de los enemigos del toreo y justificas este hecho con la
mera suposición de que, en sus láminas taurómacas, Goya quiso pintar los
horrores del toreo, como más tarde el conflicto bélico con los franceses le
llevó a plasmar sus “desastres de la guerra”. ¿Aportas algún documento que
avale ese cambio de perspectiva del pintor de Fuendetodos? ¿Has descubierto
algo que te lleve a justificar eso que dices?… Lo aclaro a los lectores: No. No
hay ningún documento ni ninguna fuente autorizada que nos permita dudar
siquiera de lo que Goya sintió durante toda su vida por el toreo. Nada que nos
incline a rebatir aquel testimonio de su viejo criado, Antonio Trueba, cuando
sostenía que “En dos cosas era mi amo incorregible, en su afición a los toros y
en su afición a las hijas de Eva”.
Afirmar
lo contrario sin aportar la mínima prueba es mentir la historia. Y eso es lo
que justifica que te llame embustero. Si eso lo sueltas en una reunión de
amiguetes mientras estáis tomando una taza de té u otra infusión de vuestro
agrado, nada tendría que objetar, aunque tomara buena cuenta de tu capacidad
para desquiciar la realidad. Pero hacerlo en una exposición abierta al público
son ganas de engañar al personal, cosa a la que los animalistas estáis
acostumbrados, pues hay que tener muy poca vergüenza y la cara muy dura para
seguir manteniendo por ahí que existe una Carta del Derecho del Animal aprobada
por la ONU y por la UNESCO, cuando sabéis de sobra que eso es mentira, como
cualquiera que consulte las resoluciones aprobadas por ambos organismos puede
comprobar. Y sin embargo, lo hacéis.
La
culpa no es sólo tuya, sino de las autoridades municipales, autonómicas o de
aquellas que tengan competencias en el ámbito cultural que te permiten hacer
uso de la obra del pintor aragonés en ese contexto y no te obligan a retirarla
de inmediato. Porque, además de llevar la incultura del engaño a los madrileños
y posibles visitantes de la exposición, estás difamando y tergiversando la
memoria y la obra de un hombre, de un artista, de una figura pública, de un
señero exponente de la pintura universal.
Ya
puesto a inventar, te atreves a decir, me imagino que con esa puerilidad que os
caracteriza, que si Goya viviera hoy sería antitaurino. Y yo te digo,
conociendo por sus biógrafos su genio y su carácter, que si viviera hoy y viera
lo que has hecho con su obra y su memoria te correría a gorrazos por todo Madrid.
Y, desde luego, acabaría en dos segundos con tu falaz exposición.
De
eso no me cabe duda.
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