VICENTE PARRA ROLDÁN
Unos hechos curiosos sucedieron hace veintiocho
años, concretamente en 1.988. Y se produjeron en torno de la tercera edición de
la Corrida Hispanoamericana como consecuencia de las diferencias de criterio
sobre los toros a lidiar existentes entre la empresa y la autoridad
gubernativa, y que habían aumentado considerablemente tras el último ciclo
ferial, donde las reses habían dejado bastante que desear, con el enfado del
público y los comentarios desfavorables de la prensa especializada.
Y esas diferencias tuvieron su máxima
exteriorización en el reconocimiento de las reses que se iban a lidiar en el
festejo anunciado para la tarde del 9 de octubre y en el que una terna
compuesta por matadores banderilleros y formada por José Nelo Morenito de
Maracay, Víctor Mendes y Vicente Ruíz El Soro iban a lidiar astados del hierro
empresarial, de José Luís Pereda García.
Llegado el momento de realizar el primer
reconocimiento de las reses presentadas por la empresa, en la víspera de la
celebración del espectáculo, la empresa organizadora tan sólo presentó al
preceptivo reconocimiento seis toros, algo anormal por cuanto, generalmente, se
suelen presentar más animales para el caso de que pudiera detectarse algún
problema.
Los veterinarios decidieron no aprobar el toro
llamado “Canalejo”, marcado con el número 26. Cuando esta decisión le fue
comunicada a la empresa y, al mismo tiempo, ganadero, en cumplimiento del
vigente Reglamento Taurino, presentó las alegaciones correspondientes en base a
las opiniones de otro veterinario. Además, había tiempo suficiente para
reemplazar al animal así como para presentar los que figurarían como sobreros
del festejo.
La autoridad competente se mantuvo en la decisión
adoptada y rechazó las alegaciones, por lo que dicho animal aparecía,
oficialmente, como rechazado para su lidia, concediéndose a la empresa la
posibilidad de reemplazarlo antes de que se celebrase, poco antes del mediodía
del día del festejo, el definitivo reconocimiento de las reses.
El enfrentamiento entre las partes se hizo más
patente y la empresa organizadora, a la hora del sorteo, comunicó oficialmente
a la autoridad competente la imposibilidad de contar con ninguna otra res que
sustituyera a la rechazada. En definitiva, que la empresa pedía que se
incluyera a “Canalejo” o no habría posibilidad de ser sustituido.
La autoridad gubernativa, a la vista de la carencia
de toros suficientes para que se celebrase el festejo, optó por la lógica
suspensión del espectáculo por cuanto no podía celebrarse una corrida con tan
sólo cinco toros. Este hecho se dio a conocer a mediodía ante el estupor de los
aficionados, que nada tenía que ver en el pueril enfrentamiento entre empresa y
autoridad, y que fue el gran perjudicado al quedarse sin poder presenciar un
espectáculo. Un bofetón más para el pagano en una temporada nefasta.
Cuando aún no se habían apagado los ecos de esta
escandalosa suspensión, la empresa anunció, tratando de hacer olvidar lo
acontecido, una nueva edición de la Corrida de La Hispanidad para la tarde del
día 22 de octubre, con un cartel formado por Roberto Domínguez, José Miguel
Arroyo Joselito y Emilio Silvera, de nuevo con reses de José Luis Pereda
García.
Entre esas reses figuraban, curiosamente, los cinco
toros que, días antes, habían sido aprobados por la autoridad gubernativa pero
no entró el ya famoso “Canalejo” que no llegó a ser embarcado, con lo que se
evitaba un nuevo conflicto entre ganadero, empresa, veterinarios y autoridad
gubernativa.
En aquellas fechas, se había propagado la, por
entonces, famosa “peste equina”, por lo que había muchos caballos enfermos y,
por tanto, carecían de las condiciones sanitarias mínimas para intervenir en un
festejo taurino, por lo que, por entonces, se produjeron numerosas suspensiones
por ausencia de estos animales así como se dejaron de organizar otros muchos festejos.
Y, en nuestra ciudad, el tema también afectó negativamente y, de ahí, que
también se suspendiera el festejo anunciado para la tarde del sábado 22 de
octubre.
Pues bien, el día antes del festejo, el viernes día
21 de octubre, los veterinarios de servicio procedieron a reconocer a los
caballos presentados por la empresa organizadora para actuar en esta corrida.
En el primer reconocimiento, sólo se presentó un caballo, llamado “Bienvenido”,
así como una yegua; a un segundo reconocimiento se presentan dos más, “Tarugo”
y “Terceravez” además de otra yegua. Esa misma tarde hay un tercer
reconocimiento y, en el mismo, aparecen “Corín”, “Alazán”, Salvatierra”,
Brillante” y “Fandango”, pero ninguno de ellos llegan acompañados de los
documentos de identidad, por lo que no pudieron ser aprobados. Además, “Tarugo”
y “Salvatierra” ya habían sido, con anterioridad, declarados no aptos para la
suerte por cuanto presentaban unas lesiones en sus extremidades.
El mismo día de la corrida, y, tras un nuevo
reconocimiento, los veterinarios sólo aprobaron a “Terceravez” y “Bienvenido”.
Antes de que se celebre el sorteo y enchiqueramiento de las reses, se procedió
a una reunión de los representantes de la autoridad, veterinarios y picadores,
a los que, entre éstos, acudieron Juan Mari García, Emiliano Sánchez y
Francisco Muñoz. En dicha reunión, los profesionales sólo consideran aptos para
realizar la suerte a “Tarugo”, “Bienvenido” y “Terceravez”, rechazando a los
cinco restantes.
La empresa no encontraba salida a la situación y,
sobre las dos de la tarde, se decretaba oficialmente la suspensión del festejo,
por lo que “Rompelindes”, “Almirante”, “Amargo”, “Barrigón”, “Jerezano” y
“Guerrillero”, todos ellos con el hierro de José Luis Pereda García , así como
“Negrito”, del hierro de Clotilde López Domínguez e hijos, y que estaba
encerrado como sobrero, tuvieron que volver a la finca mientras los aficionados
onubenses, atónitos por cuanto había acontecido, volvían a quedarse otra vez y
en muy poco tiempo sin toros.
Dos suspensiones en menos de dos semanas, algo que
nunca se había producido en Huelva. La guerra entre la empresa y la autoridad
gubernativa había alcanzado su máximo apogeo y los aficionados, como siempre,
se encontraban marginados y sin que nadie defendiera sus derechos como
consumidor. En estas ocasiones, el público asistió impávido a todo cuanto había
acontecido, pero nadie conoció su opinión, quedándose con las localidades en la
mano y sin poder asistir a ninguno de los dos festejos, sin encontrar causas
que justificasen las decisiones adoptadas y viéndose superados por los
imponderables que suceden alrededor del mundo del toro.
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