Siempre se ha dicho que una imagen
vale más que mil palabras. La fuerza que desprende una sola instantánea puede
ser arrolladora, apabullante o insólita, pero nunca indiferente.
El amigo Edwin Ramírez Pinto,
nos regala esta instantánea y este texto que reproducimos. Gracias amigo.
Creo firmemente que la historia del toreo está en la fotografía.
Siempre con las prevenciones que pueden venir por el lado de la estética, de
quienes torean bonito pero no saben torear, pero no en cuanto a los fundamentos
del toreo, porque respecto a las suertes va mostrando las aportaciones de los
sucesivos diestros, a la vez que también deja entrever las premisas y la
técnica de este arte de refulgente belleza y emoción descarnada. Como aporta la
fotografía en grado superlativo en cuanto a retrato psicológico, como en esta
estampa añeja, en la que se percibe a la perfección la personalidad de cuatro
grandes, toreros los cuatro de leyenda.
La
instantánea se hizo el 15 de noviembre de 1915, en el
marco del cortijo de San José de Vista Alegre, próximo a Córdoba. Allí posan
sentados, de derecha a izquierda, el segundo Califa, Rafael Guerra "Guerrita" y el tercer Califa Rafael González Madrid
"Machaquito" los dos retirados. Y de pie dos hermanos José y Rafael Gómez Ortega, "Gallo y
Gallito".
El
Guerra fue un diestro orgulloso en grado superlativo. Se supo el
mejor de una larga etapa, al menos la que él conoció, y por ello la frase de "después
de mi... naide".
Hasta que apareció el joven José, quien pronto ocupó el trono del
cordobés, tímido en la imagen, sólo tenía 20 años, pero a la vez orgulloso de
la condición de la que se siente acreedor, a quien el Califa sí reconoció su
magisterio. Y lo reconoció hasta el
punto de que, tras la tragedia de
Talavera y con el alma rota, mandó un telegrama a Rafael, que contenía otra frase lapidaria: "Se acabaron los
toros".
Los dos colosos, y también Rafael
Gómez, visten de torerísimo traje corto: el Guerra porque no se lo quitó nunca; José porque lo sentía como seña de identidad de su condición de
matador de toros; y el Gallo, un
artista genial cuyo rostro dulce de hombre inocente es todo un canto a la
bondad humana. Y con los tres Machaco, modelo de sencillez, quien se había
retirado hacía solo dos años, cuando comprendió que la brillantez de la Edad de
Oro no dejaba resquicio a su toreo bizarro.
Cuatro toreros, cuatro, que dejaron la estela de su gran personalidad, dentro y
fuera de los ruedos.
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