VICENTE PARRA ROLDÁN
Tras el éxito obtenido por la novillera onubense Victoria
Lérida en el festejo celebrado el 23 de junio de 1.935, la afición choquera se
volcó con la joven y, en la prensa local, apareció el siguiente romance
dedicado a la promesa del toreo del Barrio del Matadero y firmado por “Uno que
se equivocó de tendido”.
Todas las pupilas
beben
romances de
sol y plata.
Por el aire,
un vago olor
de delirio y
de azucenas,
mi corazón,
al compás
de la
guitarra que tiembla.
Ay, niña
rubia, que viene
el toro que
muerde adelfas,
que tiene
los ojos verdes
como
Villalón quisiera.
Negra carne,
duras astas
contra tu
capa de seda.
Niña, que
quiere cogerte
el toro que
muerde tierra
y tiene una
luna grande
corona de su
cabeza.
Ay, niña
rubia, ¿no sabes
que un
corredor de canela
engaña los
pies que tienen
poca firmeza
en la arena?
Ay, niña
rubia, ese toro,
torillo,
cambia la menta
de tu
corazón valiente
por tu
sangre de torera.
Ay, que te
nazcan diez alas
como a
Mercurio en las piernas
y seas
gorrión y luna
en saltos sobre
barrera
Toro, torito, ¿no sabes
que tú no
puedes cogerla
porque Dios
puso la gracia
del arte
bajo sus venas
y le donó un
alhelí
para vencer
la pelea?
Toro,
torito, tú eres
galán de
valles y fiestas
y la luna de
tus cuernos
se hacen
caricias de sedas
cuando entre
cales de ruedo
una palmera
torea.
Al parche
azul de la plaza
se le
detiene la lengua.
Rayo de
plata, el estoque
en noche con
sangre, entra.
Palomas
blancas las manos
con mil
pañuelos en ellas
y un
corazón, sonoro
se sale por
peteneras.
¡Olé tu
padre! La brisa
se hace
chiquita, pequeña
y Dios,
empujando nubes,
hace que la
noche venga
para que
jueguen los ángeles
su parchís
con las estrellas.
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