Me pongo delante de la pantalla
para intentar describirles a los lectores lo ocurrido en la tarde de ayer en la
Real Maestranza de Caballería y sinceramente me cuesta mucho trabajo. Podríamos
empezar de la siguiente forma:
La fina y persistente lluvia
que no cesó en toda la tarde empezó ya desde el paseíllo a aguar la fiesta de
una de las corridas que más expectación había despertado en todo el abono
abrileño, por la presencia en el cartel de tres toreros que, no en vano, han
logrado poner el cartel de "no hay billetes" en las taquillas. Y es
en ese punto donde podría terminar esta contra crónica, pero por vergüenza
torera (algo que ayer más de uno careció de ella), vamos a intentar describir
lo ocurrido.
Muchos fueron los
condicionantes para que aquello no tuviera no arrancase de ninguna de las
manera. Como hemos dicho la persistente lluvia, incómoda para todo y todos, en
segundo lugar los seis bueyes de carreta que salieron por esa puerta de
chiquero, -¿acaso no le da vergüenza a los ganaderos venir con una corrida así,
a la plaza y feria con más prestigio del mundo?-, francamente la corrida de
ayer es para que no vuelvan a pisar el albero Maestrante, en unos pocos de
años.
¿Morante? Bronca en el segundo
(que cosa más torera, eso de meterle una bronca al que se viste luces). Y con
eso terminamos.
¿Talavante?, más breve aún, no
estuvo ayer Sevilla.
Y apareció Juli, -¡cual Sergio
Ramos en el minuto 94 de una semifinal de Champions, cabezazo, gol y copita
para casa!-, con tesón, maestría, poderío, ambición, cuando todo lo que estaba
evocado a la catástrofe más absoluta, lo arregló. Bajó la mano, mandó, templó,
ligo y lo que es aún más importante, nunca perdió la fe y el ansia de triunfo.
Oreja de ley
Y de ese modo transcurrió una
tarde más en Sevilla, sin pena ni gloria donde el Sergio Ramos de toreo, saltó
al terreno de juego con su capote y su muleta, remató en el minuto 120 de juego
y se llevó el trofeo a casa.
Ahora que venga otro y lo
arregle, si es capaz.
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